En la parte más alta de la ciudad, con unas espectaculares vistas sobre las dos hoces que protegen el casco histórico –la del Júcar y la del Huécar-, se alzó en tiempos del Califato de Córdoba una fortaleza árabe, que hoy conocemos como el Castillo de Cuenca.
Poco queda de la primitiva fortificación alrededor de la cual se fue levantando la ciudad que, años después, en 1177, sería reconquistada por el rey castellano Alfonso VIII. De aquella construcción defensiva utilizada por árabes y cristianos nos han llegado hasta hoy algunos lienzos de muralla y torreones que han sido restaurados en los últimos años.
También podemos ver el arco de Bezudo, que fue –y sigue siéndolo- el único acceso por la parte más alta de la ciudad. Hace siglos, un foso separaba la ciudad del exterior; hoy, se puede cruzar la puerta por la que, según cuentan, entró victorioso Alfonso VIII, a través de una calle asfaltada. En su conjunto son, en todo caso, y como dice el escritor conquense José Luis Muñoz, “las más antiguas construcciones de la ciudad, las primeras piedras de Cuenca”.
Este autor defiende que el castillo cayó en desuso merced a una decisión de los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, y que, años después, las tropas francesas de Napoleón completaron la destrucción. Sin embargo, las distintas fases de reconstrucción llevadas a cabo en la zona nos permiten hoy presenciar algunas partes de la antigua muralla y del arco de entrada a la ciudad. Además, se han habilitado unas escaleras que permiten subir a lo alto de la muralla y presenciar unas magníficas vistas de las hoces del Júcar y el Huécar, del aledaño barrio de El Castillo y de una parte de la ciudad.
Pero no es está la única zona de la ciudad donde se pueden visitar restos de la muralla meviedal. Las obras de recuperación han puesto en valor restos históricos en otros espacios de la ciudad, como en las inmediaciones del parque del Huécar.
Son una muestra más de la historia que atesora Cuenca en sus calles y que merece la pena conocer.